23.9.17

CENIZAS DE BOHEMIA

Hoy, a varios lustros del estaño, las sillas esterilladas y los billares. Con una escenografía sumamente aggiornada a los requerimientos de una cotidianidad demasiado trivial, perversa y ligth, convertidos en "pubs" o "snack bar", los Cafés o sencillamente los boliches, continúan siendo el vértice de reunión donde cada cual puede diseñar el país a la medida de su preferencia.

Donde cada pareja, en un tiempo de tarjetas magnéticas y teléfonos que atienden a los amigos con contestadores automáticos, que sugieren con cortesía y frialdad "dejar el mensaje". Un tiempo de Dioses telemáticos exentos de piedad, embriagado de alucinógenos, latente de supremacias foráneas, alarmante desempleo, exhibicionismo erótico desenfadado, marginalidad paupérrima y solapada corrupción, cada pareja -decíamos- puede tratar de pergeñar un horizonte digno en el que hallar "el supremo tesoro de la felicidad".

¡Ah, los Cafés de Rosario! El Viejo Ancla; La Capilla; el Londres; Café Villamil; La Buena Medida; El Nuevo Madrid; Viejo Olimpo; Sao Paulo; Blanco Hnos.; El Cairo; La Capital; Los 20 Billares; Bar Victoria; Savoy; La Vista Alegre; La Boca del Tigre; y tantos más.

Cuántos recuerdos merodeando como los olores y las carcajadas, por los viejos sitios. Esos que parecen más emplazados en la anécdota que en la realidad.
Pero en todas partes, siempre la única, patética, y más descarnada imágen del Café será la de "ese ser íntimo, pensativo y acodado a la mesa", que como dijo alguna vez Scalabrini Ortiz, "está solo y espera".

FELIPE DEMAURO